Trastorno afectivo bipolar: la enfermedad de las emociones

Editorial EDAF, S.A.
Encuadernación: Cartoné
352 páginas (16.0 x 25.0 cm)
Año de edición: 2003

ISBN: 8441412774

“Trastorno Afectivo Bipolar” ha sido el libro que más satisfacciones me ha dado. No porque haya conseguido vender siete ediciones... sino por la cantidad de cartas recibidas, en las que afectados por el trastorno, me aseguran haberse enterado de su enfermedad, gracias al libro.

 

ESTOY EN CRISIS (paciente)

Creía soñar...

...y en esa evocación plácida, imaginaba una realidad en la que era imposible rozar el suelo, planeando por sobre las nubes, alejándome a cada brazada, más y más, de la gravedad de la tierra. Mi cuerpo, moviéndose etéreo hacia un destino de cobalto. Sumergido en mi sueño, que no lo era, observaba lo pequeño que parecía el mundo, visto desde allá arriba. Lo diminutas que son las cosas; lo absurdas y perecederas... Podía sentir, en el rostro, el aire fresco que proporciona la paz de la distancia, pero, con todo, era de una pureza sobria y sin edulcoramiento. Qué paz, aquella que no podía disfrutar, por no haber soñado... La realidad era bien distinta:

Dos noches sin dormir. Aunque, si se mira bien, tampoco es que lo necesite de forma imperativa. ¿Qué es dormir, si no una pérdida de tiempo? Me siendo lúcido y calmado, igual que si hubiese descansado treinta y seis horas seguidas. ¿Por qué tiene que resultar un problema el hecho de no conciliar el sueño? El cuerpo es inteligente y sabe pedir, en su justa proporción, lo que necesita en cada instante. Qué sabrán los demás de lo que sucede dentro de cada uno; ya lo decía mi abuela, heredera de la más honda sabiduría castellana: cada uno en su casa, sabe lo que pasa ... Y en la casa de mi cuerpo, sólo yo sé lo que acontece.

–Anoche tampoco dormiste, ¿verdad, Manuel?

Marisa, imperativa, entorna los labios como si estuviese a punto de empezar una Guerra Santa...

–Sí dormí. Tardé en hacerlo, pero cuando empezó a invadirme el sopor, tú ya estabas soñando con angelitos.

–No me mientas, Manuel. Es verdad que yo he dormido, pero me desperté varias veces y estabas fumando en la cocina, o sentado en el ordenador, apostado en la terraza, organizando la caja de herramientas... ¿coincidencias?

...Y no sólo es la boca –y lo que supone el gesto– también la cabeza, inclinada hacia delante, con el dedo índice apuntándome como el que principia un juicio sumarísimo. Mi mujer me increpa con una reacción intempestiva. Me defiendo.

–Pues sí. Sincronía entre tu desvelo y el mío. Te aseguro que dormí como un tronco. Es cierto que me fumé un cigarro, que tenía que poner un correo urgente, que había olvidado durante el día...

–... ¿a quien?

Me apetece volver a soñar que sueño, regresar a ese espacio tibio y envolvente en el que no hay sombras de desconfianza, ni interrogatorios en la mesa de la cocina a la hora del desayuno... Al menos no, de parte de quien no debe saber más de lo que sabe. La realidad es siempre engañosa...

–¡Eso forma parte de mi intimidad, Marisa! No quieras saber tanto... También salí a tomar el aire porque me dolía horriblemente la cabeza.

–¿Por eso te anudaste mi foulard, como si fueras el Pequeño Saltamontes ?

–( qué ramplona puede llegar a resultar... además, no sé qué hago yo aquí discutiendo con alguien que no entiende nada de nada, por más que me empeñe en porfiar )... Pues sí, aunque no te lo creas –porque yo no tengo la culpa de que seas tan ignorante-, la presión del pañuelo provoca una función vasoconstrictora que me alivia. Con ello, consigo bloquear los nervios supraorbitarios que son los culpables de mis jaquecas.

–Y la caja de herramientas, ¿tan urgente resultaba ordenar, de madrugada, alicates, tuercas, alcayatas, clavos y arandelas?

-¡No me puedes someter a este placaje!, ¡déjame en paz, coño !

Estoy harto de las preguntas estúpidas y las frases estúpidas, en el momento en que la cabeza está a punto de reventarme. Harto, de que un pepito grillo tome la iniciativa de lo que debo, o no, hacer. Lo que es correcto, y lo que deja de serlo. Si me apetece no dormir, no duermo, ¡y basta! Decido soñar que sueño y, eso, me alimenta. Una cosa es padecer un trastorno bioquímico y, algo bien distinto, significa que todo el mundo se sienta con derecho a entrar y salir en mis deseos, necesidades y entretenimientos nocturnos. Bien está que lo hagan cuando entro en crisis, pero ahora, yo no estoy raro, no hago nada extraño, no estoy averiado.... Es más, estoy mejor que nunca. Controlo mi vida, manejo mis miserias y mis emociones. Mi ocio y mi aburrimiento. Mi sueño y mi vigilia.

Más aún que otra cosa: siento que estoy madurando. Percibo que estoy en un momento de tránsito del que saldré renovado. Sursum corda . Desde hace días, acuño la sensación de que está sobreviniendo el cambio que siempre he estado esperando para modificar mi vida. Toda mi triste vida. Si quienes me quieren no son capaces de entenderlo, ya pueden irse acostumbrado - renovarse o morir- ... o alejándose de mí. Incluso mi propia mujer, si se opone a la metamorfosis. Tampoco entendieron a Juan el Bautista: una muda en el espíritu, tras de un baño purificador, para ser salvos... Si ella quiere un tullido emocional y anodino a su lado, un sinsorbo homologado y previsible, que empiece a buscar otro marido porque yo no estoy dispuesto a seguir lamiéndome las heridas. Desde hace un par de días, soy yo quien le he notado a ella, rara y distinta. Distante, conmigo. Como si estuviese hecha de uñas de gato y alambre. Me mira áspera, me contesta lacónica, la siento lejana. Rehuye cualquier tipo de intimidad conmigo –¡qué digo intimidad!: no permite ni que la vea vestirse–. Sería una lástima tirar tantos años por la borda, pero la gente cambia y yo tengo nuevas necesidades. La mujer que esté conmigo debe entenderlo... o marcharse de mi lado.

Siempre he estado falto de energía, anhedónico, como si me hubiera abandonado el elam vital en el mismo instante del nacimiento o si estuviese obligado, por algún mandato divino, a arrastrar una maleta llena de cadáveres ... pero, por primera vez en muchas reencarnaciones, siento un brío y un ardor renovados. Algo me dice que ha llegado mi momento; tenía que llegar y sólo yo sabía que sucedería, porque soy el único capaz de interpretar “las señales”. Apenas requiero alimentos y me basta con beber el cóctel de limón, ajo, vinagre y coca-cola que me hago en la osterizer . Incluso he adelgazado tres kilos. Yo lo llamo preparado milagro . Quizá patente el brebaje antigraso, energizante y vasodilatador. Me siento ágil, con la fuerza de un bisonte y una apertura de campo visual, inusitada. Desde que tengo conciencia de mí mismo, siempre he sentido que vivía con orejeras emocionales y visuales. Todo podía conmigo, mientras, yo, me defendía observando un norte recortado, restringido. Ahora, no sólo veo el amplio horizonte, sino que vislumbro el este y el oeste y lo que hay más allá de babor y estribor –¿cómo era la cita de Melville?, ¡ah, sí!: ... con grandes aspavientos el filósofo Catón se arrojó sobre una espada, en cambio yo, sencillamente me embarco -... El mundo es un poco más mío que nunca. Interpreto las señales. Leo los signos. La guerra contra Irak contiene todas las evidencias. Ellos saben, que yo sé, y quieren hacerme callar... Pero todo está escrito, desde el principio ...

–Manuel, tenemos que hablar...

Llegados a este punto, en el preciso instante en que Marisa pone cara de yogur ácido -bajo en calorías- y me dice con tono de viuda negra “tenemos que hablar”, ya sé lo que viene después... A pesar de todo me hago el tonto, porque siempre cede el que más inteligencia tiene. El que más sabe. Y la información es poder. Yo sé, y ella no.

–Vale. ¿De qué quieres que hablemos?

–... Veras, Manuel... realmente, ¿tú no te notas nada?

–No. Es decir, sí. Que estoy bien.

Se ha levantado de la silla, y se ha arrodillado como una gatita a mis pies. Ronroneante y persuasiva. Pero soy completamente inmune a las vocecitas de carey y a las zalamerías de salón. Como bien imaginaba, su postura no era más que un preámbulo... La oigo decir en un susurro, a la muy ladina:

–¿Y no te extraña estar tan bien ?

–¿Qué pasa, que ahora es un delito sentirse en forma?

–Te está cambiando el color de los ojos.

–Estupendo, nos lo ahorraremos en lentillas. No sabías cómo ajustar el presupuesto de este mes, y ya tienes una pista...

–Te sentirás muy gracioso, ¿no?... Pero no es hora de hacer chistes. Estás muy “ingeniosillo” y, eso, reafirma aún más, lo que te quería decir. Las rimas, los chistes malos, las frases rebuscadas, tu falta de modestia... Creo que... me parece, si me permites que te lo diga... que ...estás entrando en crisis.

–...

Claro que no digo nada. Todo lo que diga, puede ser utilizado en mi contra. Volar, eso me apetecería ahora mismo, más que responderla. Sobrevolar a Marisa y su percepción de crisis...

–¿No dices nada?

–Yo no lo noto Marisa, pero si tú lo dices... Tú me conoces mejor que nadie.

Seguirle la corriente a Marisa, siempre es lo más inteligente. Resistencia callada, como la de los primeros cristianos en las catacumbas.

–Llevo observándote dos días. Has rescatado del armario la camiseta de “ I hate USA ” rojo fosforescente, que te regaló mi hermano y que odias con todas tus ganas; has pasado del tabaco rubio al negro... Apenas has comido desde hace 48 horas...

–Pero, ¿eso te alarma? Hay veces que el organismo está desajustado y hace cosas raras... Además, caramba, los hombres no son relojes suizos...

(por cierto, esto me recuerda que el omega sea master que me regaló mi hermano mayor, tiene la corona rota. Lo llevaré a reparar al distribuidor, porque ahora necesito un cronógrafo analógico de alta precisión. Es preciso que mida el tiempo, por mi cuenta, ya que ellos manipulan los relojes atómicos y los digitales.)

–...Marisa, los cuerpos tienen días peores y días mejores... Lo que pasa es que tú sólo estás tranquila si me ves bajo tierra, hundido y deprimido. Reconócelo, mujer.

–No seas injusto, me hace igual de infeliz que a ti, ver atravesar la depresión por el umbral de esta casa. Manuel, te conozco muy bien... Nos “ lo ” conocemos los dos. Estás entrando en crisis. Como no “ lo ” atajemos, esto va a más, y te me escaparás de las manos.

Contemporizar. Contemporizar. Si soy cauto, la conversación terminará añadiéndole a mi dieta, un par de pastillas juanolas , que esperan enterradas en el cajón de medicinas, de la cocina.

–Está bien. Yo no lo noto, pero si tu lo dices: sólo por amor, te creeré. ¿Qué propones, querida?

–Pues... empezar con el antipsicótico, mientras nos da hora la “psiqui”... o...

–¡No!, ¡Al hospital no pienso ir! Si esta vez me ingresáis, te juro que me escapo. Puedo aceptar que me notes raro, pero te puedo asegurar que no estoy loco. Pase, admitir destrozarme el hígado tomando tus pastillitas de la señorita Pepis , sólo para que te quedes tranquila... ¡pero no pienso hacer un paréntesis en mi vida, mis cosas y mi trabajo, para tomarme unas vacaciones mentales, rodeado de zumbados!

–Manuel, los dos sabemos que siempre empiezas colaborando con buena voluntad, pero luego, te “me escapas”, deja de haber comunicación...

–Claro, y ese es el momento en que viene el Comando de Ingresos Voluntarios , y me lleváis al psiquiátrico, ¿no? ¡Venga, llama a mis hermanos!, ¿o, tal vez, ya sabe todo el mundo, que tú dices –que este matiz quede bien clarito-, que el loquito ha entrado en crisis?

–Esperamos, si quieres... Veamos si la crisis aborta, con un subidón de antipsicóticos. Total, es lo que te hacen en el hospital. Si quieres, para quedarnos más tranquilos, aumentamos también el ansiolítico. Manuel, seguro que podemos con esto, ya verás...

Contemporizar. Contemporizar... No levantar la liebre. Esperar que escampe. Esta pobre infeliz, se cree que soy como mi hermano que, a la mínima de cambio empieza a ver, en cada mujer, a las madonnas de Murillo, sonrosadas y apetecibles... Yo no estoy como él, a mí me dan euforias más suaves, aunque los dos seamos bipolares... A parte de que, a mí, me gustan las mujeres como Frida Khalo... y no imagino que mi chica se lo monta con el rey, ni acudo a los concesionarios de coches para intentar financiarme un porche Mariland ... Contemporizar...

–Sabes que sí. Que siempre colaboro... aunque sea un acto de fe, porque no veo lo que tú ves.... Para probarte mi buena voluntad: dame mi veneno, Desdémona ...

–¿Te puedo pedir una última cosa, Manuel?

–Estoy magnánimo. Habla.

–Dame la tarjeta de crédito. Sólo por precaución. La última vez te gastaste, en veinte días, trescientas mil pesetas.

Vale. Trescientas mil, ¿y qué? También es mi dinero y tengo derecho. Ella puede invertir, trescientas mil, en hacerse la depilación láser pero, yo, no puedo comprarme una maqueta que reproduzca el palacio derruido de Knossos. Qué maravilla... allí empezó la cuna de la civilización micénica, extensión de la indoeuropea, para luego expandirse por todo el continente. Una cultura lúdica, telúrica, casi pagana, blandiendo sus cuernos de minotauro al mundo. Una lástima que Marisa sea tan ignorante, y no sepa leer entre líneas. Transigir; contemporizar.

–Para que veas que estoy bien, haré una última concesión: te entrego la Visa. Luego no me digas que no soy razonable.

Me tomaré la medicación sólo porque tengo la evidencia que no me tumbará. No hay neurotransmisores que bloquear, porque ninguno se ha desmadrado. Estoy fuerte, más fuerte y lúcido que nunca, y estoy seguro de poder con cualquier dosis de juanolas . Para chulo, yo. Si ella se queda más tranquila y con ello consigo paz, lo haré. A pesar de que el litio lo fabriquen los judíos y corra el riesgo de engullir microchips nanotecnológicos en formato de pastilla... Me lo tomaré... Lo tomaré... O no. Ya veremos. Marisa puede decir misa. ¡¡¡Además rima!!! Tengo una facilidad tremenda para hacer ripios... ¡en el fondo siempre he sido un poeta, yo lo sé! Porque poeta es todo aquel que tiene la capacidad de mirar el mundo con ojos nuevos, distintos. Pero los poetas no se limitan al papel y la pluma. La pintura, también es poesía. ¿Qué es la pintura, si no hacer rimar los pinceles con el lienzo? ... Encontrar la metáfora adecuada en cada rasgo... Me voy a comprar pinceles, óleos, telas, un caballete. También ceras y carboncillo. A ver cómo salgo a la papelería, sin que se venga Marisa conmigo... aunque, pensándolo bien, tiene que acompañarme: ¡no tengo un duro y me ha quitado la tarjeta!

¡Mira que está rara! Hasta diría que le están cambiando las facciones de la cara. Cada vez me recuerda más al personaje que interpretaba Sharon Stone en Desafío Total . Schwazenneguer creía que ella era su mujer cuando, en realidad, era una espía que se hacía pasar por su verdadera esposa para que no recordara su pasado, de sublevado en Marte. Es posible que alguien esté manipulando a Marisa contra mí, porque ella no tendría iniciativa para emprender ese proyecto por sí misma. Por si acaso no me fiaré. La tendré a raya. Ni una concesión. Ellos quieren lo que yo sé. Desean sustraerme el potencial que yo poseo, pero ignoran que es indisoluble de mí mismo. Tendrían que matarme para conseguirlo... ¿O sí lo saben? Quizá por eso sentí, ayer, la presencia de un francotirador en la azotea de casa. No lo vi, pero sé que estaba allí. Van a por mí. Quieren poseer mi capacidad para controlar el tiempo, adelante y atrás. Pero ignoran que me asiste una fuerza inusitada. Puedo batirme con catorce tipos a la vez, y no hacerme un solo rasguño...

... Aunque no sería necesario hacer ningún alarde de fuerzas... Ellos no saben que puedo cambiar de universo paralelo, a voluntad. Con sólo proponérmelo... Y soy más rápido que ellos . Ya pueden empezar a buscarme, porque les va a costar dar conmigo. ¡Mientras tanto, Marisa preocupada por si estoy en crisis!; ¡cómo son las mujeres!... ¡Entretenerse en semejante puerilidad con lo que tengo por delante!