Críticas

ABC CULTURAL

Congrios y cormoranes
Luis García Jambrina

«Ámame con la cabeza; / a cabezazos». Así concluye Congrios y cormoranes, el segundo poemario de la narradora, periodista y poeta Ángeles López (Madrid, 1969), tras el titulado Iscariote (2002), que llevaba un interesante prólogo de Antonio Colinas. En esos dos versos se refleja muy bien el tono, el tema y la intensidad de este libro. Al igual que el anterior, Congrios y cormoranes es un poema-río -la expresión es de Colinas- dividido en cuarenta y ocho cantos; y también aquí el primero -o número cero- vuelve a repetirse hacia el final con distinta disposición versal. A lo largo del libro, se van alternando, de manera torrencial, los versos cortos y los largos versículos, que a veces se remansan en un poema en prosa. En ellos, habla un yo lírico femenino que se dirige al tú del amado, al que, por otra parte, aplica diferentes apelativos, como «hombre del sur», «varón enmascarado en hombre nupcial / llegado allende los mares», «gran rey godo / y jefe indio, al tiempo», «enemigo hombre ido», «artillero venal»...

Si bien estamos ante una obra amorosa marcada por el desamor («Oficio del desamor, / cuando menos para mí», leemos en el canto I), nos encontramos muy lejos tanto de la retórica del abandono, el sufrimiento y la autocompasión propia del sujeto femenino tradicional como de la ironía juguetona y frívola característica del yo lírico postmoderno. Aquí se trata de un discurso apasionado, exaltado, vehemente y, en ocasiones, agresivo, descarnado y muy poco complaciente. En él, aparecen, además, formulaciones muy próximas al lenguaje de la mística, lo religioso o lo sagrado. También hay referencias metapoéticas («tormenta de bienes que sólo sajan mi métrica») y alusiones intertextuales a autores como García Lorca («es incierto que los muertos odien el número dos, como dijera Federico», canto XI) o Rafael Alberti («Yo tampoco fui a Granada...», canto XXXVII).

El resultado es una poesía visionaria e irracionalista en la que no faltan los neologismos («el hastahaciaparapor»), la adjetivación novedosa («zancudas caricias», «hastiada lencería»), las paradojas («cuanto más equivocadamente cierta») y todo tipo de juegos fónicos y de palabras («sabrá completar mi miedo de carencias, / que serán cadencias»). Si en su anterior libro Ángeles López partía de una figura mítica y simbólica tomada del Nuevo Testamento, la de Judas Iscariote («Hay un Judas, sin tierra, en cada hombre que llora»), en el presente ha creado una mitología y una simbología mucho más personales. Todo ello da lugar a un auténtico bestiario amoroso (congrios, cormoranes, antílopes?) y a un mundo en el que se funden con naturalidad lo íntimo y lo telúrico. Entre tanto amor frío, convencional o políticamente correcto, se agradece un desamor tan valiente, apasionado y vigoroso como éste.