Iscariote

Huerga y Fierro Editores, S.L.
Encuadernación: Rústica
65 páginas
Año de edición: 2002

ISBN: 8483743310

“Iscariote” fue el primer libro de poemas que me publicó la editorial Huerga y Fierro. Antonio Colinas tuvo la generosidad de prologarlo, y bautizarlo como “poema-río”

I

Te defiendes,
nos defendemos,
de las criaturas de mar con las manos.

II

Es una lástima no volver
con prudencia hacia el Iscariote.
Cuando no todo fue dicho, con la costumbre
de poner mentira redentora donde erguía discordia
de incendio en las tahonas.

Me conviene ser vencida.
 
Es una lástima ver lo idéntico
condenado con mis propias cosas.
 
Cuando menos disfruto del olvido,
enfundada en mi traje de silencio.
 
Del mismo modo que no me redime la respiración,
acudiéndome...
 
Por más veces que quisiera
volver al Iscariote,
más hallara lo otro.
Lo de la página plena, aturdida de demonios.
Sin la licencia de maneras parientes de las otras maneras,
que me producen
ardor de almirantes y cancerberos.
 
La mirada vacía de calcio me conducirá
a ser sobreviviente de la raza-estirpe rara
en el juicio de originaria humedad,
de equivocado amarillo difunto.
 
Todas mis manos las pongo en ese empeño
del suicidio que me remite al Iscariote.
Responderemos muertos y recién vivos
al dolido asunto del hueso del que tiene garganta. Y no la tiene.
 
Instante magnífico de lodo y mitad,
pero detenido en esta crónica
entereza
de la estirpe.
 
Tengo una última obligación:
cumplir con la descendiente que fui
de un ángel circadiano.
Para ello, maniobraré el otoño remoto de cada salmo.
Será suficiente.
 
Con toda seguridad y las prisas puestas en la sangre.
He de frenar, con un beso, lo que con una huella de piel empezó.
 
Aunque conozco que es un propósito,
alrededor de lo masculino,
en mí, indefinida de sentencia de sexo,
comienza la larga tradición del remoto nombre
del Iscariote.

III

Colocándonos, extensamente, al descubierto
hay quienes, con la paciencia del que miente, arriesgan
para entrar en ciudades que se llaman Plaga, Rapaz, Malecón...
o nombres de las cosas chocando contra las cosas.
 
Ausentándonos, de todos un poco
de cuando se lee lo que no se entiende
y se mira hacia la cuerda de horca
y la cuerda no existe.
 
Decía el poeta lo que ya quedó escrito
para que, al nombrar el cárdamo,
supiéramos que al ruido de muerte
se refiere.
 
Yo adquirí, para recordar al hombre-esparto,
una breve muestra de constelación tibia.
Pero se rompió como las uñas en las esposas de los muertos.
Uno sí, y dos no:
el oro de los santos.
 
Temeré a las fieras.
 
Durante el toque de queda del cuerpo,
al sublimar el agua, había fuerte desavenencia.
No detentaba estado de gracia
el pueblo de dramáticas columnas.
Como si tocase con los nudillos, en el idioma de las tortugas,
y saliera el poeta que vive en la puerta.
 
Pero tuviese yo actitud de fiera
no dando con la puerta; ni la ancha ni la estrecha.
 
Vi que el cabello crujía mas no reparé en la bondad del evento.
 
Eliminada la promesa que le hice,
algunos días se convierten en varios,
y no debo volver a mirarlos
de tan fuerte que me señalan.
 
Es una molestia
que nunca se ahorcara, nadie,
en el pueblo de dramáticas columnas.
 
Porque no teníamos ánima alguna, fuera de los mausoleos.
Estaban hacia arriba
y no dejaban huella.
Como no la produce el vidrio que abandonó ser cristal,
ni el labio prevenido en el rectísimo lento.
Muy lento.
 
Indagué en la costumbre de no recordar lo que apenas me conviene
y en la sucesión de pasos con los que me pierdo.
La sucesión de pasos.
 
Y vi que todo era cuestión de Nombre.